Galardonado con
el Nadal (en 2000) y el Planeta (en 2012) por dos títulos de la serie que protagonizan los guardias civiles Rubén
Bevilacqua y Virginia Chamorro, este ya
consagrado escritor de novela negra española nos sorprende con una obra
que se aparta (tal vez no del todo) de sus patrones de trabajo habitual para
volver a la senda de la novela de amor que comenzó a explorar -aunque pronto
abandonaría- con "La flaqueza del bolchevique", obra con la que llegó a ser finalista del Nadal en 1997, tres
años antes de que se alzara con este galardón gracias a "El alquimista
impaciente".
El texto de la contraportada con el que
la editora resume el libro acaba justamente diciendo que "Esta es una
historia de amor", y no es mi propósito ponerlo en duda, ni creo que nadie
que la haya leído lo haga; pero pienso sinceramente que, aun siendo una
historia de amor la que se narra, la obra no es sólo ni exclusivamente una
novela de amor, pues en ella se abordan, de forma más o menos colateral,
otros temas de interés o de actualidad,
como el conflicto bélico de Afganistán y la participación del Ejército español
en misiones internacionales, la experiencia límite de la guerra, o la crisis económica y la degradación
profesional y moral que, como consecuencia de ella, sufren determinados
estamentos (el caso de Mónica, que aspira a ejercer el periodismo con dignidad,
pero tiene que conformarse con un trabajo que odia como productora o ayudante
de producción de un programa de tele-basura es un ejemplo), o el acercamiento
entre generaciones y modelos de vida radicalmente distintos.
Lorenzo Silva teje con maestría una
intensa historia de amor, pero, no conforme con ello, se vale de esta relación
sentimental como "percha", de la que, casi sin que el lector se dé
cuenta, va colgando esos otros temas aptos para la reflexión, que a la postre
resultan casi tanto o más interesantes que la propia relación que mantienen
Mónica y Ramón, o al menos a mí así me lo parece. Llegados a este punto, la
pregunta que me hago, y que me gustaría trasladar a mis compañeros de Macondo,
es si la relación amorosa entre Ramón y Mónica no será, acaso, la "excusa
perfecta" de la que el escritor se vale para acercarnos a otras
historias, otras preocupaciones....
No obstante, y a diferencia de algunas
de las última novelas que hemos leído, como "El nadador" o "La
última confidencia del escritor Hugo Mendoza", que eran la "opera
prima" de sus respectivos autores y pecaban tal vez de "excesivas",
"Música para feos" tiene en mi opinión la justa medida. El autor no
se extiende más de lo necesario para contar la historia que tiene en mente, y
eso es algo que se agradece. Silva es un escritor veterano, con casi una
veintena de obras en su haber, y no sufre esa tentación de querer abarcarlo
todo o de ofrecernos una cosmovisión completa, como -en mi opinión- hemos visto
por ejemplo en Camps. En una entrevista reciente le escuché decir que para
contar una buena historia generalmente bastan unas 400 páginas, pero que si
además es una historia sencilla y su autor sabe plantearla, podría bastar
incluso con la mitad. Lorenzo Silva es un autor prolífico y, antes de hacernos
caer en el tedio o el aburrimiento, prefiere guardarse las ideas o historias
que desea compartir para futuros
libros.
"Música para feos" es una
novela corta, sencilla, sin grandes alardes literarios, pero tampoco debemos
pensar que sale de una "fábrica de churros", ni del encierro de un
mes de verano en el particular "rincón creativo" del autor. Tal vez
para alejar esa sospecha, al final de la novela se recogen las fechas entre las
que fue escrita (entre el 14 de julio de 2014 y el 28 de febrero de 2015) y los
lugares por los que transitó en un curioso y amplio periplo (Desde Herat a
Alicante, pasando por Getafe, Viladecans, Pájara, Tokio, Madrid y Astorga), que
-intuyo- tampoco ha sido gratuito. Silva ha confesado que la historia de la
novela (y sospecho que se refiere más al aspecto militar que a la vertiente
puramente amorosa) llevaba ya mucho tiempo rondando su cabeza, y cuando
comienza a escribirla se traslada a Herat, donde convive durante una semana con
los militares españoles destacados allí en misión internacional en el verano de
2014. Visita también, con el propósito de inspirarse y hacer acopio de material
literario, la base del Mando de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra
en Rabasa (Alicante), e intercambia impresiones con integrantes de los equipos
de "francotiradores" del
Ejército español. Supongo que su paso por Pájara (Fuerteventura)
responde a ese mismo interés, para conocer el trabajo de las fuerzas especiales
en los campos de tiro del Sur de la Isla. Sin que ese sea su propósito último,
ni tal vez esté en la mente del escritor al comenzar a escribir la novela, es
evidente que "Música para feos" acaba siendo también un particular
homenaje a las fuerzas especiales del Ejército, y un intento por acercarse a la
mente y los sentimientos de una figura, la del "francotirador", que
de forma casi instintiva puede repugnarnos. Difícil tarea que se propone y consigue
tras escuchar por boca de sus protagonistas "historias que, en algún caso
-como nos dice en el capítulo final de agradecimientos de la novela- nunca
habían salido a la luz".
Y ésta es, en mi opinión, una de las
razones que justifican que el autor se valga de una voz femenina, la de Mónica,
que voluntariamente se acerca a una realidad que para ella es (tal vez como
para el mismo autor) desconocida y chocante con la idea de comprender mejor al
hombre al que amó y perdió en trágico accidente. La voz (no en vano es la de la
narradora), pero sobre todo la mirada de la protagonista ayudan a
"humanizar" mínimamente la imagen que el autor quiere hacernos llegar
de los militares destacados en misiones especiales, como las de Irak o
Afganistán. Fundamental es también para ello el protagonismo de Jaime, el
"poeta soldado", amigo íntimo de Ramón, que es quien al final da
respuesta a muchas de las preguntas que "martillean" la conciencia de
Mónica, y que Ramón jamás quiso o pudo responder. Y no resulta baladí que ese
personaje de ficción, llamado Jaime en la novela, esté inspirado (como el autor
mismo desvela en el capítulo de agradecimientos) en una personaje real,
Guillermo de Jorge, soldado de Infantería y autor de un poemario titulado
"Afganistán: diario de un soldado".
Cuando propuse mi terna de lecturas
para que ustedes escogieran, debo decirles que "Música para feos" era
la última de mis opciones. Me decidí a incluirla, junto a las últimas novelas
de Umberto Eco y Manuel Vicent, porque ese mismo día escuché a Lorenzo Silva en
un entrevista en la Cadena SER y consiguió despertar en mí un gran interés; en
primer lugar, porque se apartaba del género policiaco; en segundo lugar, porque
la protagonista era una joven periodista que vivía en sus carnes las consecuencias
de la crisis, y "at last, but not least", porque desvelaba que la
narradora era "una voz femenina". Yo creía que se trataba simplemente de un reto, de una
especie de desafío técnico, algo que tampoco es tan infrecuente en la
Literatura universal (ejemplo paradigmático en la Literatura española es el de
"Cinco horas con Mario", de Miguel Delibes); pero, tras haber leído
la novela, creo que es un recurso literario esencial: Lorenzo Silva quería
acercarnos a la realidad de los militares destacados en misiones
internacionales, y en particular a la figura del francotirador y sus posibles
reservas morales y/o remordimientos, y para ello una "mirada
femenina" era infinitamente más útil que la de un hombre. Silva se
proponía acercarse a esa realidad desde la distancia (podía haberlo hecho desde
la visión de un soldado, en el frente de batalla, pero esa opción no permitía
quizás tantos matices); al tiempo que deseaba también ayudarnos a empatizar y
comprender, y para ello nada mejor que hacerlo desde el punto de vista de una
mujer enamorada.
Acertado en la temática, acertado en el
punto de vista narrativo y acertado en la longitud y la forma de la narración,
creo que Lorenzo Silva acierta también en los diálogos, esenciales en un relato
que prácticamente se circunscribe a dos principales protagonistas (Ramón y
Mónica), aunque durante la mayor parte del tiempo dichos diálogos se
desarrollen a 6.000 kilómetros de distancia. No creo que sea algo novedoso en
la narrativa moderna, pero me llama la atención la forma en la que se pruduce
el diálogo, a través del servicio de mensajería de Skype y a través del
Whatsapp, fundamentalmente, circunstancia a pesar de la cual no creo que ese
diálogo difiera en exceso del que hay presente en la novela clásica. Creo que
es un diálogo directo, natural y espontáneo, el propio entre personas que
acaban de enamorarse y comparten sentimientos y gustos, en particular su gustos
musicales. ¿Comparten ustedes mi opinión en este análisis?
Y otro acierto en la novela es, a mi
parecer, el de su "banda sonora", aspecto que, si bien he dejado para
el final de mi comentario, no por ello considero que sea menos esencial. Antes
al contrario, me parece uno de los grandes logros de esta obra, que no en vano
lleva la "Música" (lo de que sea "para feos" o para guapos
es lo de menos) al mismísimo título, en claro homenaje también a Leonard Cohen
y su "Chelsea Hotel nº 2". Varias veces he comentado en nuestras
comidas del Gabinete que me encanta buscar y reproducir en "Youtube"
los temas musicales que aparecen en las novelas porque es algo que me ayuda a
recrear el "ambiente" en el que discurren las tramas y a imbuirme
además de la atmósfera que envuelve al propio autor cuando escribe. Es como
cuando lees una novela en la que reconoces el espacio narrativo. Últimamente se
ha puesto de moda el turismo literario, aquel que nos invita a conocer de cerca
los lugares que transitan los personajes de ficción de algunas novelas (como
las de Larsons, el Ulises de Joyce o "El Código Da Vinci" de Dan
Brown). De parecido o igual modo, creo que para los aficionados a la lectura
podría tener mucho éxito una suerte de conciertos o audiciones literarias,
basados en los gustos de nuestros autores o personajes de novela favoritos.
No sé cuántos de ustedes se habrán
conectado a Youtube o se habrán descargado el código para escuchar los temas
que nos propone Lorenzo Silva en esta novela; pero créanme, si no lo han hecho,
que merece mucho la pena, sobre todo para los que sean más o menos coetáneos
del autor, porque revivirán algunos hitos de los 80, entremezclados con temas
de la última década, cuyas propuestas van alternando Mónica y Ramón, la mayoría
de las veces en un juego de intercambio a través del whatsapp, que tiene tanto
de encanto como de verosimilitud, en estos tiempos en que todos recurrimos a
este vehículo de intercomunicación para casi todo.
No obstante, en "Música para feos" los temas que
se mencionan no son un mero aderezo ni
un simple telón de fondo para ambientar la historia que se nos cuenta, sino que
constituyen en sí mismos un relato paralelo, y así lo ha declarado el autor en
alguna entrevista. La novela consta de 21 capítulos, y cada capítulo alude a un
tema musical que ha sido cuidadosamente escogido, lo mismo que los fragmentos
que de ellos se citan, en una sucesión de secuencias que conforman un relato
poético complementario de la historia. Muchas veces nuestra propia memoria se
construye a base de sensaciones o recuerdos musicales que nos han ido marcando
a lo largo del tiempo. Por eso es tan importante la música en la relación
sentimental que nace entre Ramón y Mónica. El intercambio de canciones a través
del whatsapp es una forma que permite el acercamiento entre dos personas de
generaciones y ámbitos profesionales aparentemente muy diferentes, que al final
-y gracias, entre otras cosas, a la música- resulta que no lo son tanto.
Me temo que la novela recibirá algunas
críticas, pero confío en que al menos algunos
la hayan disfrutado tanto como yo. Para mí, Silva nos brinda en
"Música para feos" una historia hermosa y redentora, que a la postre,
y a pesar de ese final trágico, nos deja también un halo de fe y esperanza.
"We are ugly, but we have the music", es, como aquel clásico
"Siempre nos quedará París", un mensaje redentor y esperanzador al
mismo tiempo.
Las Palmas de Gran
Canaria, 26 de julio de 2015
Laureano Pérez
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