domingo, 18 de mayo de 2014

Kitchen

Queridos amigos del Macondo para comenzar mi comentario a “Kitchen” de Banana Yoshimoto, y como curiosidad, decir que el nombre de Banana, efectivamente en un pseudónimo de la autora la cual ha manifestado en alguna ocasión que “ama la flor roja y carnosa del banano” y debido a ello decidió adoptar ese nombre artístico. 

Lo cierto es que siempre que me adentro en la literatura japonesa, me sorprende y generalmente de forma grata, la forma sutil, delicada, con sensación de ligereza con la que los escritores japoneses abordan temas de una profundidad extrema, como la muerte, la soledad, el vacío, las ausencias o el amor. Además es también característico el recurso a la fantasía y a una interrelación cuasiperfecta de lo onírico, lo fantasioso con la realidad para abordar y trasmitir sentimientos. Esto ocurre también en Kitchen. La autora nos sitúa, en la primera de las historias, en la cocina como lugar en el que busca refugio la protagonista, Mikage. Refugio frente a la soledad que siente por la pérdida de su abuela, su última familia en el mundo. La protagonista trata de mitigar con el zumbido de la nevera su soledad y así están la cocina y ella, lo que es mejor que pensar que se encuentra sola. Dos personas vienen a salvarla de su soledad, Yuichi y su madre Eriko, que en realidad es su padre,  iniciándose así un periodo de convivencia entre los tres personajes, lo que permite a la autora, a través de la relación que se establece entre ellos, y dando un giro a la historia, cuando Eriko fallece, reflexionar y hacer reflexionar a los lectores sobre la muerte y sobre la aceptación de la misma como algo natural, ello, como único medio para lograr la paz interior que permite sobrevenir y sobrevivir a la pérdida de un ser querido. Los tres personajes, aparecen así encadenados por la pérdida. Mikage ha perdido a su abuela, Eriko a su mujer y Yuichi finalmente pierde a la propia Eriko. Se trasmite la forma en que cada uno de los personajes se enfrenta a la muerte. Pienso que la muerte duele a quien sufre la ausencia más que a quien abandona la vida, porque el que permanece tiene que aprender a continuar existiendo. La autora no nos habla de la muerte como una tragedia, sino como la consecuencia natural de estar vivo y sentir y la fuerza interior , de uno mismos, para vencer los sinsabores de la vida.  Logra trasmitir, a través de la ternura de los personajes una belleza incluso aunque estos se deslicen por una curva suave en la oscuridad envuelta en muerte y entre la muerte también surge el amor.. 

 “ Alguna vez sin falta, todos iremos dispersándonos en la oscuridad del tiempo y desapareceremos”. “Quiero seguir sintiendo a toda costa que algún día he de morir. De otro modo no sentiría que estoy viviendo”. “El porcentaje de cosas amargas que me sucedan no variarán. Yo no puedo decidirlo, por eso comprendí que es mejor ser alegre” . 
También la autora introduce en la historia, aspectos actuales y propios de la cultura japonesa, el consumismos tecnológico ( las adquisiciones múltiples de Eriko, de todo tipo de electrodomésticos) frente al tradicionalismo, el fotón, las constantes referencias a la naturaleza ( el sauce, la palmera de piña que muere al igual que Eriko).

La segunda historia gravita sobre la misma idea y sobre el recuerdo de los ausentes como forma de mitigar el dolor por no tenerlos. La lucha de uno mismo para no pensar en las personas que ha perdido, pero al mismo tiempo ansiando verlas y sentirlas de nuevo aunque sea en una ensoñación, aunque sea por un instante. Alguna vez leí que uno no muere mientras haya personas que lo recuerden y la verdad es que así lo creo. 

El libro me ha encantado. Me ha parecido una joya preciosa.

Espero no haberme enrollado mucho. Os deseo un feliz encuentro a los integrantes del Club. Que os echo muchíiiiisimo de menos y os mando un beso grande a todos. 

Camino, 20 de junio de 2014