jueves, 10 de abril de 2014

Amsterdam

Propuse este libro y La aventura de un fotógrafo en La Plata, (a mi modo de ver, superior), como alternativa humorística a la carga trágica de Meridiano de sangre. No me extrañó que lo votara la mayoría de los que acababan de leer Viaje al fin de la noche.

Aunque obtuvo el Booker Prize en 1998 o tal vez precisamente por eso, parece ser la menos valorada de las novelas de McEwan, y puede que sea una obra menor que Expiación o Amor perdurable, pero a mí me resulta muy divertida.

No es una gran novela porque condesciende a buena parte de los ingredientes que garantizan el éxito: personajes de élite cultural y política, sofisticación, música (podría haber sido ciencia como en Sábado o Solar), y uno o varios dilemas morales (el que enfrenta a Clive ante una víctima de violación, muy traido por los pelos, la verdad) no definitivamente resueltos.

No puede ser una gran novela porque empieza muy bien pero va perdiendo vigor, se dispersa y lejos de cumplir todo lo que promete el primer capítulo, acaba casi en sainete. Es una lástima que el resto de la novela no esté a la altura de se primer capítulo, tan brillante y eficaz.

Efectivamente, tiene demasiados fallos para ser una gran novela: el mundo de Vernon en el periódico no está logrado; es excesivamente esquemático, la deriva obsesiva exagerada y el final es innecesariamente paródico ....

Y sin embargo, es muy, muy divertida y tiene muchas cosas positivas:

Para empezar, es un cuento moral magistralmente introducido con la cita inicial de un verso de W.H. Auden  - poeta incuestionablemente moral - que invoca la amistad, la separación y el  error.

No es fácil que un cuento moral, por actual que sea su presentación y ambigua que sea la postura del autor (que aquí no es mucho), resulte tan entretenido. En el funeral de Molly no sólo se nos presenta a los personajes principales y su nexo de unión, sino se delimita un territorio, el contexto de relaciones y personas que se nos va a mostrar y que, a medida que avanza el libro, va a ser escarnecido. La sátira más o menos amable encubre apenas el escarnio subyacente que llega a la crueldad con el ridículo fracaso que sufren primero Vernon y luego Clive, cada uno a su yerro.

Me gusta la elección de los fracasos respectivos. La vuelta de tornas que consigue la esposa de Garmony a la publicación de las fotos y el fallido estreno de una sinfonía del milenio que repite la novena de Beethoven son parábolas eficaces que ilustran cómicamente la frustración de las hinchadas autoexpectativas de una generación de intelectuales, profesionales de éxito y artistas de medio pelo de los años  sesenta y setenta.

En segundo lugar, la sátira parte de los dilemas morales que enfrentan los personajes. Y en esto resulta muy efectiva la “focalización” del autor en uno u otro personaje para situarnos en la perspectiva desde la que Clive y Vernon ven los acontecimientos que se narran. Pero está claro que Clive interesa más al autor y centra más la atención.. Seguramente porque asume o encarna o expresa (caricaturizados) sus propios gustos musicales y su reticencia ante el arte vanguardista, que hoy considera ya “ortodoxo”. Esa mayor focalización de la narración en la óptica de Clive contribuye, creo yo, a la dispersión y trivialización de la trama, pero también nos permite una mayor familiaridad con el personaje y con su pensamiento. Una familiaridad que, paradójicamente, hará más patético todavía el ridículo final de Clive. No terminamos de saber quién de los dos fracasa peor, pero, más familiarizados con el curso de pensamiento de Clive, tendemos a vivir más con él y con su “público” el bochornoso estreno de su sinfonía del milenio, tan parecida a la novena de Beethoven. (Algo que puede ser la pesadilla recurrente de todo compositor).

Es muy buena también la capacidad de sintetizar muchas cosas con detalles aparentemente nimios que lo dicen todo. Aunque Molly está muerta desde el principio, la conocemos bien a través de los recuerdos de sus amantes; los. pequeños detalles y sensaciones que experimentan Clive y Vernon, en relación con la enfermedad de Molly, explican su extraño pacto de eutanasia;  la conmovedora descripción del ambiente de la comisaría en que Clive participa en una rueda de reconocimiento.

También son pequeños detalles los que anticipan la fragilidad de la amistad; el momento en que Clive empieza a interpretar sus más generosas aportaciones a la relación y lo “poco” que había recibido de Vernon, y que sea muy poco después de haber albergado tales pensamientos, cuando, cargado de autoridad moral, advierta a Vernon del dilema moral en que le sitúa su proyecto de publicar las fotos del Ministro.

Sin embargo, esa fragilidad no explica suficientemente la retorcida y disparatada venganza de los amigos. La sátira hacia el final degenera en sainete y se pierde la oportunidad de explorar más otras razones que meramente son sugeridas, como el aislamiento de la edad.

El que sea precisamente el declive mental y la muerte de Molly lo que saca a la luz en los dos hombres, ese factor oculto de soledad y aislamiento, o el que, su relación  con la misma mujer, sea el nexo espiritual que fundamenta su amistad al punto de que, desaparecida ella, sucumban ambos a la aversión y el rencor, son aspectos meramente apuntados que merecían mayor atención. Pero la novela hacia el final carga el énfasis en los aspectos públicos de la vida de los personajes, en detrimento de su mundo de relaciones privadas.

En definitiva, una novela menor, pero con buenos recursos, ingenio y  entretenimiento.

Madrid 14 de mayo de 2014
Consuelo


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