Propuse este libro
y La aventura de un fotógrafo en La Plata,
(a mi modo de ver, superior), como alternativa humorística a la carga trágica
de Meridiano de sangre. No me extrañó
que lo votara la mayoría de los que acababan de leer Viaje al fin de la noche.
Aunque obtuvo el
Booker Prize en 1998 o tal vez precisamente por eso, parece ser la menos
valorada de las novelas de McEwan, y puede que sea una obra menor que Expiación o Amor perdurable, pero a mí me resulta muy divertida.
No es una gran
novela porque condesciende a buena parte de los ingredientes que garantizan el
éxito: personajes de élite cultural y política, sofisticación, música (podría
haber sido ciencia como en Sábado o Solar), y uno o varios dilemas morales (el que enfrenta a Clive ante una
víctima de violación, muy traido por los pelos, la verdad) no definitivamente resueltos.
No puede ser una
gran novela porque empieza muy bien pero va perdiendo vigor, se dispersa y lejos
de cumplir todo lo que promete el primer capítulo, acaba casi en sainete. Es
una lástima que el resto de la novela no esté a la altura de se primer capítulo,
tan brillante y eficaz.
Efectivamente, tiene
demasiados fallos para ser una gran novela: el mundo de Vernon en el periódico
no está logrado; es excesivamente esquemático, la deriva obsesiva exagerada y el
final es innecesariamente paródico ....
Y sin embargo, es
muy, muy divertida y tiene muchas cosas positivas:
Para empezar, es un
cuento moral magistralmente introducido con la cita inicial de un verso de W.H.
Auden - poeta incuestionablemente moral
- que invoca la amistad, la separación y el
error.
No es fácil que un
cuento moral, por actual que sea su presentación y ambigua que sea la postura
del autor (que aquí no es mucho), resulte tan entretenido. En el funeral de
Molly no sólo se nos presenta a los personajes principales y su nexo de unión,
sino se delimita un territorio, el contexto de relaciones y personas que se nos
va a mostrar y que, a medida que avanza el libro, va a ser escarnecido. La
sátira más o menos amable encubre apenas el escarnio subyacente que llega a la
crueldad con el ridículo fracaso que sufren primero Vernon y luego Clive, cada
uno a su yerro.
Me gusta la
elección de los fracasos respectivos. La vuelta de tornas que consigue la
esposa de Garmony a la publicación de las fotos y el fallido estreno de una
sinfonía del milenio que repite la novena de Beethoven son parábolas eficaces
que ilustran cómicamente la frustración de las hinchadas autoexpectativas de
una generación de intelectuales, profesionales de éxito y artistas de medio
pelo de los años sesenta y setenta.
En segundo lugar, la
sátira parte de los dilemas morales que enfrentan los personajes. Y en esto resulta
muy efectiva la “focalización” del autor en uno u otro personaje para situarnos
en la perspectiva desde la que Clive y Vernon ven los acontecimientos que se narran.
Pero está claro que Clive interesa más al autor y centra más la atención..
Seguramente porque asume o encarna o expresa (caricaturizados) sus propios
gustos musicales y su reticencia ante el arte vanguardista, que hoy considera
ya “ortodoxo”. Esa mayor focalización de la narración en la óptica de Clive
contribuye, creo yo, a la dispersión y trivialización de la trama, pero también
nos permite una mayor familiaridad con el personaje y con su pensamiento. Una
familiaridad que, paradójicamente, hará más patético todavía el ridículo final
de Clive. No terminamos de saber quién de los dos fracasa peor, pero, más
familiarizados con el curso de pensamiento de Clive, tendemos a vivir más con
él y con su “público” el bochornoso estreno de su sinfonía del milenio, tan
parecida a la novena de Beethoven. (Algo que puede ser la pesadilla recurrente
de todo compositor).
Es muy buena
también la capacidad de sintetizar muchas cosas con detalles aparentemente
nimios que lo dicen todo. Aunque Molly está muerta desde el principio, la
conocemos bien a través de los recuerdos de sus amantes; los. pequeños detalles
y sensaciones que experimentan Clive y Vernon, en relación con la enfermedad de
Molly, explican su extraño pacto de eutanasia;
la conmovedora descripción del ambiente de la comisaría en que Clive
participa en una rueda de reconocimiento.
También son
pequeños detalles los que anticipan la fragilidad de la amistad; el momento en que
Clive empieza a interpretar sus más generosas aportaciones a la relación y lo
“poco” que había recibido de Vernon, y que sea muy poco después de haber
albergado tales pensamientos, cuando, cargado de autoridad moral, advierta a
Vernon del dilema moral en que le sitúa su proyecto de publicar las fotos del
Ministro.
Sin embargo, esa
fragilidad no explica suficientemente la retorcida y disparatada venganza de
los amigos. La sátira hacia el final degenera en sainete y se pierde la oportunidad
de explorar más otras razones que meramente son sugeridas, como el aislamiento
de la edad.
El que sea
precisamente el declive mental y la muerte de Molly lo que saca a la luz en los
dos hombres, ese factor oculto de soledad y aislamiento, o el que, su
relación con la misma mujer, sea el nexo
espiritual que fundamenta su amistad al punto de que, desaparecida ella, sucumban
ambos a la aversión y el rencor, son aspectos meramente apuntados que merecían
mayor atención. Pero la novela hacia el final carga el énfasis en los aspectos
públicos de la vida de los personajes, en detrimento de su mundo de relaciones
privadas.
En definitiva, una
novela menor, pero con buenos recursos, ingenio y entretenimiento.
Madrid 14 de mayo de 2014
Consuelo
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