martes, 9 de abril de 2013

El abuelo que saltó por la ventana y se largó


La novela “El abuelo que saltó por la ventana y se largó” de Jonas Jonasson tiene un título distinto a muchos otros libros por su complejidad y longitud. En el idioma original, el sueco, se habla, en lugar de ‘abuelo‘ del ‘hombre de 100 años de edad’. Esto en combinación con ‘saltar por la ventana’ llama aún más la atención del posible comprador y lector. Se nota así desde el principio que es una novela distinta, rara y no nos asombra que algunas editoriales la rechazaran y no quisieran publicarla. Después llegó el éxito mundial y mantuvo por ejemplo en Alemania durante casi un año el primer puesto de ventas, sin publicidad, sólo por recomendaciones.
El contenido de la novela no deja a nadie indiferente. Los lectores están o muy entusiasmados con la historia de Allan Karlsson o la rechazan por completo. La cuestión es el porqué de estas reacciones. 
La novela, hay que decirlo, no tiene un valor literario. El autor es periodista de profesión y escribió un texto básicamente periodístico. No es de un lenguaje muy elaborado y no busca la reflexión ni la trascendencia. Se basa en los diálogos y la acción, un acontencimiento lleva al siguiente y de tal modo se va formando una historia. En realidad son dos historias entrelazadas, y las dos cuentan la vida del protagonista, Allan Karlsson. 
La primera relata sus experiencias durante las cuatro semanas en mayo del 2005 después de haber cumplido 100 años de edad y la segunda empieza con el cuarto capítulo del libro, donde se centra en sus primeros 100 años, de 1905 hasta 2005.
Todo se centra en el personaje de Allan Karlsson. El lector pronto se da cuenta que la novela consiste de una sucesión de muchos episodios o relatos cortos, una cadena de acontecimientos que forma la vida del protagonista. Pero a la vez se refleja en la novela todo el siglo veinte, desde la revolución rusa hasta el fanatismo de terroristas suicidas de hoy en día, pasando por la política de la eugenesia, la guerra civil española, Los Alamos y la bomba atómica, la revolución china, las maniobras del servicio secreto en el Irán del Shah, la Unión Soviética con su gulag, Corea del Norte y la guerra de Corea, la corrupción en Bali etc. Karlsson conoce a Oppenheimer, Harry Truman, Stalin y su matón Beria, a Kim Il Sung, a Mao Tse-tung y a Lyndon B. Johnson entre otros y  en partes parece ser otra historia de Forrest Gump, pero con un protagonista inteligente y especialista en dinamita y en volar puentes.
La novela deja al lector continuamente con una sonrisa contenida, y a veces con muchas ganas de reirse a carcajadas de las estupideces, los disparates y la ignorancia de los personajes y su mundo. El pragmatismo sincero e incorruptible de Karlsson que trata a todos de igual a igual, aunque sean grandes jefes de estado o dictadores temibles, los desenmascara y los desmitifica totalmente, los deja desnudos ante las risas de la gente. 
El protagonista de la novela con su única meta de pasarlo bien con una copa en la mano es un personaje anárquico e indestructible con un optimismo contaminante para sus lectores.  El valor central detrás de sus actos es el derecho fundamental de nuestra sociedad, la libertad. Allan Karlsson no se deja dominar o manipular por nadie, ni por Stalin, ni por el jefe del servicio secreto iraní, ni por la enfermera Alice y menos por una doctrina política o religiosa. 
La ironía, el sarcasmo, las situaciones que recuerdan a las películas mudas, las situaciones ‘slapstick’, como por ejemplo la salida de Vladivostok o las entrevistas en la prisión iraní nos hacen reir y nos liberan por un momento de la opresión mental en nuestras vidas cotidianas.¿Qué mejor remedio contra la depresión que el ejemplo de un hombre centenario que se fuga de un asilo y encuentra un futuro junto a un nuevo amor bajo el cálido sol de una playa paradisiaca?.

Stefan, Las Palmas de Gran Canaria, mayo 2013