jueves, 26 de julio de 2012

El Mapa y el territorio

“EL MAPA ES MÁS INTERESANTE QUE EL TERRITORIO” con esta especie de eslogan nuestro protagonista, Jed Martin, nos da la bienvenida a su primera exposición...Entendiendo el territorio como aquello, tangible e intangible, que nos rodea y el mapa como una codificación personal de esta realidad, como un acto personal y objetivo, de filtrado y categorización, como una forma de mirar, de estar y de ser... resulta obvio que el mapa es más interesante que el territorio.


Y es con esta premisa con la que Michel Houellebecq nos presenta su libro. Alternando la novela y el ensayo, “mapea” la realidad y la sociedad contemporánea y, si bien se podría pensar que se centra en el mundo del arte, éste es sólo un pretexto para mostrarnos lo que le gusta y lo que no, sobre todo lo que no, de una forma descarnada, del mundo en esta época “extraña” y convulsa que estamos viviendo... del fin del capitalismo tal y como lo entendemos? Es esta contemporaneidad temática, lo primero que llama la atención y lo que facilita su lectura, ya que al margen de estar de acuerdo o no, el libro es de una actualidad enorme.

A pesar de la crudeza del texto, hay grandes dosis de ironía y sutileza, que suavizan, o por lo menos, hacen más agradable y amena la lectura. Así nos encontramos con Jed Martin, sin madre desde pequeño y con un padre que lo mete interno: “...era un buen padre, sus amigos y subordinados consideraban que lo era; hace falta mucho valor siendo viudo para criar sólo a un hijo...” El personaje principal desarrolla una aparente neutralidad ante la vida y las relaciones humanas que entra en conflicto con su profesión, a priori crítica: ar-tis-ta!, ya que él se define “ante todo, como telespectador!” y “Recordó lo que sabía desde siempre y que Marylin le había repetido claramente unos días antes: siempre estaba mejor callado”. Es, quizás, esta contradicción, lo que le convierte en un “súper-star” del mundo del arte, ámbito este, casi siempre incomprensible para los ajenos a él.

Paralelamente a su ascenso meteórico dentro del arte, y durante las dos primeras partes, también nos encontramos con multitud de “hitos y señales” dentro de este (libro) mapa de la sociedad actual: la nostalgia por lo artesano, por la vieja usanza “Jed experimentó una oscura decepción humana ante la idea de que aquel hombre dejase la fontanería, artesanado noble, para alquilar motores ruidosos y estúpidos a pequeños petimetres...”, el hombre frente a las líneas de producción “...lo que define al hombre occidental, es el puesto que ocupa en el proceso de producción y no en su estatuto de reproductor...” , la pérdida de fe en las relaciones humanas: su padre, Geneviève, Olga… y en el ser humano en general ”al principio estudié geografía. Luego me bifurqué hacia la geografía humana. Y ahora me dedico a lo humano a secas. Bueno, si a esto se le puede llamar humano”, la pérdida de prestigio del transporte aéreo, las prácticas fascistas de las compañías, los restaurantes de moda, los cerdos capaces de sumar (y algunos de restar), las reseñas artísticas, la frustración ante el paso del tiempo “tuvimos que empezar a trabajar, los demás también, y la vida se volvió mucho menos divertida” , la búsqueda infructuosa de la felicidad, lo específico y lo concreto frente a lo general (ya no tenemos un coche sino un Mercedes clase S, o un Audi Allroad A6, la cámara de fotos se convierte en una Samsung ZRT-AV2 que compró en la Fnac, los óleos Mussini de la casa Schmincke, el papel Hahnemuhle Canvas Fine Art, los Dunhill, los Gitanes, el autor de “las partículas elementales” , la autopista A20, el mapa Michelín escala 1/150.000 de la Creuse, Haute-Vienne...) el productor “icono” frente al producto, (Gates, Jobs, Hirst, Koons...) la imagen perdida de la Francia galante que a los extranjeros desilusiona, las aguas noruegas, el exceso de información en las ciudades, la carencia de esta en los pueblos, los productos flipantes de Corea, la postura de sumisión que agrada a los gestores culturales y en general a cualquiera, los entierros malgaches…

Mención aparte merece la propia inclusión del autor como personaje del libro, que junto con Jed, su padre y la caldera, son los únicos personajes que aparecen durante todo el libro. Un Michel Houellebecq que se presenta a sí mismo y ya desde antes de la primera parte del libro como “un buen autor. Es agradable de leer, y tiene una visión de la sociedad bastante acertada” que no duda en ironizar sobre lo que se escribe de él: “Era público y notorio que Houellebecq era un solitario con fuertes tendencias misantrópicas y que apenas le dirigía la palabra a su perro” o “voy a Tailandia...es la temporada turística muerta, los burdeles trabajan a medio gas pero de todos modos están abiertos y a mí me va eso, me conviene, las prestaciones siguen siendo excelentes o muy buenas” , que se representa dentro del mejor, y más cotizado, cuadro del protagonista de la novela y que sirve de argumento principal para la tercera parte del libro, ya que decide “asesinarse”, afirmar mediante Jed que “el mundo es mediocre, y el que ha cometido este crimen ha aumentado la mediocridad del mundo” y enterrarse con un grabado de la cinta de Moebius, representación gráfica del infinito.

Al margen de la novela negra que supone el asesinato del autor del libro, este mismo no deja el estilo irónico y crítico con aquello que narra en este nuevo género: Un detective que no soporta las escenas del crimen, la losa que supone tener un animal doméstico que sustituye a un hijo, el pragmatismo de las funerarias con los ataudes pequeños, el dinero y el sexo como móviles criminales habituales y la frustración de Jasselin por lo poco original de estos, la eutanasia que contamina lagos y no favorece a la trucha roja autóctona, “el valor comercial del sufrimiento y la muerte había llegado a superar al del placer y el sexo”, la imposibilidad de un buen trabajo policial sin café ni alcohol de calidad...

Un final extraño, en el que se soluciona el crimen por casualidad, donde Jed descubre que “su padre nunca había cejado en su empeño de construir casas para golondrinas” donde desea ser útil a la investigación y desde que es rico más (¿signos de optimismo?), y donde nos deja un legado artístico, si bien extraño, con muchísima fuerza poética...

A pesar de lo denso y complejo, de lo ambicioso de los temas tratados, se trata de un libro fácil de leer y muy recomendable, que no deja al lector indiferente...un mapa muy personal dentro de un territorio complicado...


Un saludo y nada más, ya que “de lo que no puedo hablar tengo la obligación de callarme”


Santi, 19 de septiembre de 2012

1 comentario:

Stefan Kammrath dijo...

La novela ‘El mapa y el Territorio’ sigue la vida del artista Jed Martin que durante algunos años se hace amigo del escritor Houellebecq, una figura en la novela. Las descripciones de las diferentes fases de la vida y del trabajo, y, sobre todo, de la gente, con la que trata Jed, nos enseñan la capacidad enorme del autor de observar, analizar y criticar. Houellebecq no se excluye ni siquiera a sí mismo de esta crítica mordaz, cuando Jed le visita en Irlanda y descubre la penosa situación en la que vive.

En la vida de Jed, sus proyectos y su manera de percibir el mundo, podemos ver reflejados el concepto artístico del autor de la novela. En los encuentros de Jed Martin con Houellebecq, y también en el prefacio, que éste escribe para el artista, percibimos que el autor se refleja en su figura. Desarrolla pensamientos casi filosóficos sobre el arte, su función y sus posibilidades en el mundo real que podrían servir a muchos artistas como incentivo para su obra.

Sorprende el cambio en la última parte del libro. Entramos en una historia de detectives y la víctima es el propio Houellebecq, un caso de asesinato particularmente desagradable. Pareca un experimento del autor para ver cómo se siente verse asesinado, muerto y los restos aparentemente utilizados para una instalación de arte.

El tema de la muerte también está presente en la relación de Jed Martin con su padre. Sus experiencias con "Dignitas" son una crítica aguda a nuestra sociedad, en la que el último paso en la vida del hombre no está determinado por su voluntad y carece de importancia.

Sin embargo, más importante que las críticas de Houellebecq a muchos aspectos de la sociedad moderna y el centro de su novela, es para él su concepto de la relación entre el arte y la naturaleza. La primera exposición de Jed Martín con las fotos de los mapas Michelin se llama ‘El mapa es más interesante que el territorio’. Después se centra en los oficios y los retrata, del gastrónomo detrás de su barra hasta a Bill Gates que está pensando en el futuro de la infomática.
Los dos periodos artísticos tienen en común el concepto del hombre que transforma la naturaleza, que la domina y la lleva a un mundo de objetos, de productos artificiales. Al final de su vida, no obstante, Jed Martín se recluye en el pueblo de sus abuelos detrás de una verja electrificada en un campo de varios hectáreas, para realizar su último proyecto artístico. En sus videos “los objetos industriales parecen ahogarse, gradualmente sumergidos por la proliferación de capas vegetales”. El artista ya sólo quiere documentar el desarrollo de la naturaleza, como el territorio avanza sobre la obre del hombre.
Stefan